Error

Error.

Érase un error.

Sistema.

Érase un sistema.

El sistema funcionaba.

El sistema funcionaba a pesar del error.

El sistema trató de arreglar el error, reacondicionarlo, pero el error se emperró en su error. 

El error estaba casi vencido, pero también estaba enfermizamente endiosado. Mejor dicho, endemoniado: un error psicópata.

El error luchó contra el sistema.

El error arremetió contra el sistema que le dio la vida. Empezó a destruir el sistema.

El error se alió con errores absurdos y minoritarios con los que antes ni se conectaba e incluso rechazaba. Todos esos errores minoritarios se unieron al error.

El error se inventó un ultraenemigo inexistente para convencer a miles de elementos individuales del sistema de la necesidad de destruir el sistema para detener a ese ultraenemigo inexistente. Para ello, esos miles de elementos tenían que ser también errores: zombierrores.

Al error y a los errores minoritarios y absurdos le siguieron miles de elementos individuales convertidos en miles de zombierrores.

Crearon un gran error.

El sistema empezó a chirriar, a colapsar: miles de elementos “sanos” del sistema empezaron a chocar con el error, a chocar con los errores minoritarios y absurdos, a chocar con los zombierrores. Incluso a chocar con los elementos de protección del sistema.

A pesar del precolapso del sistema, más de la mitad de los elementos que componían el sistema, seguían sin contagiarse del error y empezaron a luchar contra el gran error. 

La resistencia contra el error no permite la más mínima equivocación, ya que el error se enquista cada vez más.

El arreglo de la errónea avería no tiene descanso.

O se soluciona el error o el sistema caerá.

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